Cada vez resulta más complicado, especialmente para los que escribimos a diario sobre cine en Internet, sentarse en la butaca a descubrir una película. A veces uno tiene la sensación de que conoce todas las sorpresas antes del estreno. Nos bombardean con demasiada información, nos muestran avances cada vez más largos, nos destripan la trama, nos aclaran los cameos y las muertes, nos comentan a qué otras películas se parece, si se planea la secuela, y en definitiva, nos revelan antes de tiempo escenas, detalles o imágenes clave que el espectador debería descubrir por primera vez en la gran pantalla, envuelto en la oscuridad de la sala y sumergido en la historia. Así que si hay algo que agradecer al productor, escritor y director J.J. Abrams es su (interesado) esfuerzo por envolver sus proyectos de un halo de misterio, por guardar un estricto secretismo en un negocio que se mueve en la otra dirección, en acercar al público lo más posible a la creación y el desarrollo del producto, como si fuese un miembro más del equipo.
Curtido en el arte de generar expectativas (y crear series adictivas), Abrams mostró al mundo el primer tráiler de ‘Super 8’ cuando todavía no había iniciado estrictamente el rodaje de la película, repitiendo la fórmula que probó anteriormente con una de sus producciones, ‘Monstruoso’ (‘Cloverfield’). Y acertó de nuevo. Nos volvió a atrapar con un teaser que mostraba el espectacular descarrilamiento de un tren, provocando que “algo”, definitivamente no humano, escapara de uno de sus vagones; eso, la implicación absoluta de Abrams (productor, guionista y director) y la firma de Steven Spielberg como productor, convirtieron a ‘Super 8’ en la promesa de un gran evento cinematográfico, en uno de los títulos imprescindibles de 2011. Teniendo en cuenta el éxito de taquilla (ya ha recaudado casi 200 millones de dólares más de lo que costó) y el aplauso generalizado de la crítica, me temo que soy uno de los pocos que no se ha sentido cautivado por lo que ha resultado ser un prefabricado ejercicio de nostalgia, una especie de revisión espectacular de ‘E.T.’ (1982) y la peor de las tres películas que ha dirigido Abrams hasta la fecha.
Ambientada en 1979, en una ficticia pequeña localidad de Ohio, ‘Super 8’ arranca con la escena más lograda de toda la película, nunca más en sus casi dos horas de metraje alcanzará Abrams a narrar algo con tanto estilo y elegancia. Un accidente laboral (resumido de manera maravillosa, y sin embargo nos lo tienen que explicar más adelante en varias ocasiones) ha dejado a Joe sin madre y a Jack sin esposa. Mientras el primero se consuela con el recuerdo de un colgante, el segundo, ayudante del sheriff, culpa a un vecino de la muerte de la mujer. Pasan varios meses, es verano, y Joe y sus amigos ya pueden dedicarse plenamente a filmar la película de zombies que uno de ellos desea presentar en un festival. Mientras ruedan una escena nocturna, son testigos del aparatoso descarrilamiento de un misterioso tren del ejército (los explosivos vagones parecen tener vida propia), pero escapan antes de que lleguen las autoridades. En los días posteriores los militares se adueñan del pueblo con excusas baratas mientras se suceden desapariciones y extraños robos. Joe sabe que la explicación de todo reside en una monstruosa criatura que escapó del tren (a quién se le ocurre transportarla de esa manera, y sin vigilancia…).
Sin duda lo más destacable de ‘Super 8’, aventura juvenil de ciencia-ficción que homenajea/copia sin ningún pudor las realizaciones y producciones de Spielberg en los 70 y 80 (‘Encuentros en la tercera fase’, ‘Los Goonies’...), es el trabajo de los adolescentes protagonistas, casi todos primerizos o con escasa experiencia, con la notable excepción de Elle Fanning, ya una de las actrices norteamericanas más solicitadas (la veremos próximamente en ‘Twixt’ de F.F. Coppola). Los seis chicos están sensacionales, muy naturales, viviendo sus personajes como si no hubiera (verdaderas) cámaras a su alrededor. En general, todo el reparto está estupendo, señal de la destreza del director en esta faceta, pero su guion, a medio camino entre la melancolía y la aventura “spielbergiana” y los misterios y el espectáculo del sello Abrams, arruina a veces el trabajo de varios de ellos, forzándolos a comportamientos y diálogos que rompen la coherencia de sus personajes, transformados por capricho del narrador y no por una evolución interior. En concreto, la escena en la que vemos conversar a dos los padres en el coche, resolviendo de un plumazo una situación que nos habían obligado a creer que era insalvable, es un completo patinazo.
Una de las normas no escritas a las que se pliega Abrams con ‘Super 8’ es no revelar con claridad al monstruo hasta el tramo final (entonces lo vemos incluso en primeros planos). Como se hizo en la fallida ‘Monstruoso’ (Matt Reeves, 2008), aquí también se esconde a la criatura durante la mayor parte del metraje recurriendo a planos desenfocados, fugaces o nerviosos, algo que a mí me llega a sacar de quicio, creo que hay maneras más elegantes y coherentes de hacerlo; y como demostró el coreano Bong Joon-ho en la impresionante ‘The Host’ (‘Gwoemul’, 2006), lo esencial no es ocultar al monstruo, aunque sea importante no mostrarlo demasiado, sino tener al espectador atemorizado, tenso, pendiente de las vidas de los protagonistas. Se supone que debe inquietarnos el extraterrestre de ‘Super 8’, presentado como un enorme asesino casi indestructible, con una fuerza formidable, pero nunca se consigue; sabemos de su inteligencia (no me parece un ser inteligente y avanzado, pero supongo que es cosa mía) y de su plan, y que no hará daño a los chicos, por mucho que éstos se asusten.
Tampoco ayuda que Abrams ruede casi todos los ataques del alienígena de la misma manera; primero nos avisa que está ahí, luego nos despista (algún diálogo intrascendente) y de pronto irrumpe en pantalla para llevarse a alguien. Lo cierto es que la película se vuelve repetitiva y previsible, alternando la trama de los chicos grabando y explicando sus sentimientos, con la de los militares y el monstruo, sin que exista progresión dramática. Además del abuso de los espectaculares movimientos de cámara y de los zooms, me desconecta esa obsesión del realizador por los reflejos lumínicos. En definitiva, ‘Super 8’ es un bonito y simpático batiburrillo de referencias cinematográficas y culturales, a ratos delicioso y a ratos aburrido, con un impecable trabajo de producción, creíbles interpretaciones, estupenda música de Michael Giacchino, una aparatosa puesta en escena que desentona con el tono íntimo del relato, y un decepcionante desenlace. Uno de los productos más eficaces del verano, y una oferta ideal para los que necesitan una buena dosis de nostalgia, pero si hablamos de emoción y magia, de cine, me sigo quedando con ‘E.T.’ de Spielberg.
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miércoles, 31 de agosto de 2011
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