Y ese es el problema de la ambición, de querer repetir éxito, de no ser creativo sino más bien contable. El ogro verde ya no hace tanta gracia y por eso, en esta cuarta entrega lo vemos apático, aburrido, añorando un pasado que fue mejor. Quizás sea incluso un guiño de los guionistas, inmersos en el ocaso de unos personajes del que poca brillantez más se puede extraer.
En ‘Shrek: Felices para siempre’ encontramos lo que esparábamos, pero con ese tono gris, casi otoñal de desgaste de personajes. Porque asno ya no hace tanta gracia, Pinocho ya no sorprende y Shrek… está agotado. Con todo, cabe señalar que esta nueva película, que sigue explotando una y otra vez los mismos chistes, se reivindica en su arranque.
Quizás lo mejor de todo el film sean esos primeros minutos, contados con brío, con guiño al espectador, como diciendo aquí estamos una vez más, y esto ya cansa, demos un giro… Pero cuando llega ese giro esperado, se cae en lo aburrido. Más que nada por predecible, en una historia alocada intentando borrar la memoria de los personajes, casi como una precuela, un flashback al pasado, antes de la primera historia de Shrek. Ese viaje a los orígenes, más psicológico que de planteamiento narrativo se resiente porque ni siquiera el nuevo villano se sale del camino marcado.
Más de lo mismo y desaprovechando las novedades
A pesar de la brillante irrupción del nuevo personaje que le toca cargar con el traje de villano de turno, todo cae en lo esperado, en la falta de originalidad, aunque sin restar ese puntos espectacularidad 3D que hiptoniza a los pequeños. Aunque la historia sea de las que ya hemos visto millones de veces y la capacidad de sorpresa se reduce a cero. Rumpelstiltskin es presentado con fuerza, sugerente, un personajillo con personalidad, oscuro, pero pronto pasa a ser un malvado más. No termina de dar lo que promete, no por falta de atrevimiento en el guión, sino porque no está pensado para salirse del camino, para ser el poderoso antagonista que necesita Shrek (y la historia) para cobrar mayor interés.El resto, quitando las escasas apariciones del gato con botas (que visto lo visto puede ser de lo mejor de toda la película), no funcionan. Incluso, ese intento de llegar más a un público adulto, que se reía de su grosería y su actitud anti-Disney (principalmente en la primera entrega), ya no convence.
También hay que comentar que tampoco es un desastre descomunal, es simplemente exprimir la última gota de gracia y diversión que le quedaba a Shrek. Y lo han conseguido, ya no parece que pueda sacarse más partido al ogro y sus acompañantes. Quizás sea la verdadera intención y ese añadido en el título que invita a cerrar el ciclo se cumpla. Aún así, queda esa sensación de que tenían que haberlo hecho antes. Sobraban las dos anteriores.
Esta cuarta entrega parece tener más conciencia de lo anterior, de regresar al punto de partida para sumergirse en una historia que le deje a Shrek el protagonismo que había perdido. Porque no nos engañemos, la pléyade de secundarios había sido el punto fuerte de las dos primeras secuelas. Ahora, Shrek cobra más protagonismo aunque los chistes y la gracia ya no tengan la misma frescura.
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